lunes, 29 de diciembre de 2008

GASTRONOMÍA Y TRADICIÓN EN MÉXICO IV: DÍA DE MUERTOS


Sahumador para el copal, del náhuatl copalli: incienso de copal…y el amarillo de las flores de cempasúchil -del náhuatl Cempōhualxōchitl que significa “veinte flores”-, y agua. Esto era lo que se ofrendaba a los muertos en una liturgia de danzas aromadas con el copal incinerado en los sahumadores y acompañado del peculiar sonido que estos emiten: como un lamento del viento. Todo a la luz del sol o de la luna...

Así se componían los altares para los muertos. Desde siempre la muerte ha tenido una relación cercana con la cultura mexicana, la que ha existido desde la prehistoria con las antiquísimas civilizaciones indígenas y que puede traducirse como un culto a la muerte. Con el tiempo los altares se fueron modificando hasta llegar a ser la explosión de colores y sabores con los que el día de hoy podemos deleitarnos, tanto visual como culinariamente.


Así encontramos ofrendas para nuestros muertos de lo más variado y exquisito al paladar cuando de comida se trata. Los platillos se eligen de acuerdo a las preferencias en vida de nuestros muertos: y como el gusto se rompe en géneros, pues ya se puede imaginar la cantidad y variedad. Por ahí estará el mole preferido del abuelo, el champurrado de la tía Luisa, el pozole de papá o las enchiladas verdes de la prima Águeda. El tequila, los cigarros y las golosinas preferidas de nuestros seres queridos que partieron, también tienen su lugar en el altar.

Los elementos ornamentales son las folclóricas calaveritas de azúcar o chocolate con los nombres de vivos o fallecidos en la frente. Las flores cempasúchil amarillas y moradas, los mantelitos de papel picado (en papel china), cuya manufactura tiene un reconocimiento cultural importante, ya que se pican a mano, antiguamente se empleaban gubias para madera, martillos de goma y cartones de base para poder picar, con el tiempo se cambió la forma de hacerlo y los materiales que se empleaban, para poder tener un mejor resultado.

Ahora se emplean gubias de metal con diferentes formas y medidas, un martillo con cabeza plana y una base de plomo sobre de la cual se golpea para poder cortar el material que se está trabajando. Los diseños y colorido lucen en todo su esplendor, ya que el altar es -normalmente- forrado en papel negro y éste es cubierto con los mantelitos de papel picado.

No faltan las veladoras como símbolo de luz y guía, el delicioso pan de muerto espolvoreado con azúcar -realizado única y específicamente en esta fecha-, el chocolate -espumoso y caliente- con leche. El dulce de calabaza y de camote o el famoso nicoatole -dulce de chocolate, masa, agua y piloncillo-. La sal en un plato, ya que sobre ella dejan sus huellas dactilares los muertos y, de paso, condimentan la comida, así como vasos con agua, de suma importancia, pues se relaciona con la pureza de las almas, con el ciclo y regeneración de la vida, y es el ofrecimiento para mitigar la sed tras el largo viaje desde el mundo de los muertos.

También se coloca una jícara o palangana con agua y jabón, toalla y hasta espejo, para que nuestros muertos se aseen. Se acostumbra que los altares se realicen en tres niveles escalonados, pero éstos se acomodan de acuerdo al espacio de cada casa. Algunas personas dedican toda una habitación para la construcción del altar, otras, apenas un pequeño rincón con una mesa pequeña, pero sin importar el espacio, lo importante es la tradición.


Esta profunda tradición de raíces mexicanísimas fue reconocida por la UNESCO en 2003, como “Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad”.
Algunos altares son adornados con una cruz de flores de cempasúchil como símbolo del catolicismo. También se engalanan con calaveras vestidas con trajes regionales. Una deliciosa costumbre es hacer versos dedicados rimados -llamados calaveritas- y de carácter jocoso que se considera como un arte netamente costumbrista, alusivos a la muerte, y casi siempre, en son de burla. Algunos otros altares son un poco “profanados” con adornos representativos de las fiestas de Halloween, como figuras de cartón de fantasmas, brujas y gatos negros, y calabazas ahuecadas con ojos, nariz y dientes en forma de triángulo, en las que se introducen una vela encendida. Normalmente los altares se colocan el día 31 de octubre en la madrugada y se retiran el día 2 de noviembre, la comida y todas las ofrendas son disfrutadas entonces por los vivos, pero con la firme convicción de que primero lo han hecho nuestros muertos.

El 2 de noviembre, día de muertos, los panteones también son adornados y visitados por innumerables familias que llevan flores y comida, casi como día de campo; algunas familias llevan hasta mariachis y tequila: aunque los festejos inician desde el día 01 de noviembre, que se festeja a los muertos niños y se conoce como festejo de “todos los santos”. Es interesante ver como en este festejo también la gastronomía tiene un papel importante con las ofrendas culinarias, y ver como se relacionan los placeres de los vivos -como el comer, beber, disfrutar la música y fumar-, con el culto de la muerte. Sin duda que cada cultura tiene su forma especial de relacionarse con la muerte, pero sé que ningún otro país lo hace de esta forma tan espectacular y tan coloridamente autóctona.

Issa Martínez

(Publicado en Alenarte Revista)

No hay comentarios: